DE RAMÓN J. SENDER
Recelaba del animal humano que anda en dos patas y tiene el rayo en la mano y lo dispara cuando quiere.
Del hombre que lleva a veces el fuego en la punta de los dedos y lo come. Lo que no comprendía era que siendo tan poderoso el hombre anduviera siempre en grupo. Las fieras suelen despreciar a los animales que van en rebaño.
Iba el buitre en la dirección del cañoneo lejano. A veces abría el pico y el viento de la velocidad hacía vibrar su lengua y producía extraños zumbidos en su cabeza. A pesar del hambre estaba contento y trató de cantar:
Los duendes que vivían en aquel cuerpo
estaban fríos, pero dormían
y no se querían marchar.
Yo los tragué
y las plumas del cuello se me cayeron.
¿Por qué los tragué si estaban fríos?
Ah, es la ley de mis mayores.
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